miércoles, 1 de octubre de 2008

el renuncio del tropiezo




el ejecutivo calvo, de traje-pincel impoluto, que camina por una calle de baja cuna (los trajes sastre también existen por esos lares) tararea la canción de arriba, mientras piensa en qué puedan ser las musarañas y le regurguita el estómago porque solo tiene dentro dos galletas y un café. está a dieta porque aspira a la metrosexualidad y espera que con el gimnasio se vayan esos kilos de más que el biomanán no le quita, ya que le pierden las croquetas de roquefort.

en un momento dado tropieza con una hoja mezclada en un charco de agua y, bolsillo en mano (o manos en bolsillos, para hacer más ostensible su control de la situación), lanza un soslayo a los lados para ver si le ha pillado alguien en el renuncio del tropiezo.

se acaricia la calva al dos, para disimular su momentánea falta de perfección en el conglomerado traje-pincel-trastabillado y, mientras realiza el gesto, recuerda las caricias que le proporciona su amante en su, casi, bola de billar sustentada encima de los hombros.

a la otra parte contratante le gusta su calva al dos en vez de totalmente rasurada, y él se siente orgulloso de ser calvo por genética y por el gusto de serlo, como coleccionar gemelos de nudos o enseñar como piezas de museo los palos de golf que descansan en una de las habitaciones que le sobran en su piso abuhardilllado.

el ejecutivo al dos piensa que tiene en todo momento controlada todo tipo de situaciones cuando, al doblar una esquina, vuelve a tropezar de nuevo ante la visión diaria de las 08.50 h (a la cual él no se acaba de acostumbrar porque es rápido de mirada a los pirineos y siempre alguna parte de su cuerpo termina abocada allí) de dos chicos que se entrelazan a diario en la misma esquina como la hojarasca a un capitel.

muy cerca se encuentra una señora que pide justicia porque la suspenden excesivas veces el carnet de conducir y se queja con una huelga de hambre (en alguna ocasión, ante su mirada calva de reproches, al pasar ella le ha insultado con el dedo pero él ha mantenido la compostura del pincel que pinta al óleo, no del carboncillo que se difumina).

entonces, en ese preciso instante, vuelve a tropezar y se le pasa por la cabeza como sería su vida si se dejara crecer el pelo y pasara de su novio al dos porque, al fin y al cabo, ¿porqué habría de ser tan complaciente capilarmente hablando? ¿porqué no explorar el territorio que supondría el uso de champú anticaspa?

la complacencia es la fé de los uniformes y de los trajes, de los gemelos y demás complementos que visten la carcasa que nos separa del aire...

(pordios este post ha sido como intentar cruzar debajo del agua, y sin respirar, el ancho de una piscina olímpica ;)

bsos

3 comentarios:

farala dijo...

decía mi abuela que el que tropieza y no cae adelanta un paso. Como tú, con este post.

Anónimo dijo...

Respira ;-D y no pares.
besino

sinfonía agridulce dijo...

-montse: eso es lo "malo", q no paro ;) bsins

-farala68: tu abuela era más lista q los ratones coloraos, bss

mua