viernes, 23 de abril de 2010

El principio del final

El día en que empezó todo, la rutina seguía siendo políticos corruptos, curas acusados de pederastia, niños que mataban a otros niños, hombres que mataban a otros hombres, hombres que mataban a sus esposas/novias y después se suicidaban, mujeres que envenenaban a sus maridos/novios, fichajes millonarios de futbolistas, terremotos con centenares de víctimas y mendigos, así en general. Lo de siempre.

Un día cualquiera e idéntico a cualquier otro día.

Y, en ese día, no se le ocurrió otra cosa a Prudencio Bueno que morir por parada cardio respiratoria, después de correr la maratón de su ciudad, una vez la hubo preparado concienzudamente durante meses.

Tenía 29 años cuando el corazón se le paró. Una vez cruzada la meta, cayó desplomado mientras la cinta blanca, con patrocinadores de todo tipo rotulados en ella, se le enrollaba por el cuerpo como la banda de una miss recién elegida que se resbalase de la emoción al ponerle la corona.

Nada pudieron hacer los servicios de emergencia de la organización y, después de media hora intentando reanimarle, sus constantes vitales se fueron apagando. Por su cabeza pasaron en esos momentos, según declaró después a los medios de comunicación, el primer beso que le dió a su novia, los tirones de orejas que le daba su padre cada vez que llegaba tarde a casa, la sopa de fideos con hierbabuena que le hacía su madre los domingos, los roces con sus compañeros de equipo cuando marcaban gol, el subidón que sintió cuando se quitó de en medio Derecho Mercantil de 5º y pudo dedicarse a correr en el equipo nacional de atletismo y otras muchas cosas que la prensa no pudo llegar a anotar, dados los acontecimientos que sucedieron a continuación.

Una vez llamados sus familiares y el servicio funerario, todos los allí presentes cayeron en la estupefacción más absoluta.

Prudencio Bueno acababa de morir, pero no estaba muerto. Su corazón había dejado de latir, pero en dos segundos se puso en pie como si nada hubiera pasado y pidió un bocata de calamares "por que el cuerpo me pide grasa", declaró.

Ese fue el comienzo del fin. Horas después, la prensa Internacional se hacía eco de que millones de muertos en todo el mundo se ponían en pie y pedían "algo con grasa" para comer (o bollos, en otros casos)

A día de hoy, cientos de científicos en todo el mundo estudian los millones de casos iguales que se dan cada hora, cada minuto, cada segundo...y no saben como parar esta ola de muertes, a las que les continúa la vida, y que tanto prejuicio está suponiendo a la economía de los países por sus nefastas consecuencias ante todos los indicadores monetarios, tanto del primero como del tercer mundo.

El papa de turno, y demás líderes religiosos, rezan para que todos tengan una muerte digna, o sea, que se mueran de una puta vez y que todo el ciclo de las creencias se recupere para la humanidad.

Sin duda, esto es el principio del final (o viceversa)

23 de Abril - Día del libro