lunes, 13 de setiembre de 2010

Prefalleando

Andaba yo estos días de prefall intentando no resbalar con las hojas que van cayendo de los árboles, y que son los trampantojos del suelo, cuando me dio por pensar por qué los porteros de los hoteles de postín llevan siempre gorra de plato.

En esas estaba cuando me encontré con
César Cabo.

Allí estaba él, rodeado de una aureola de aviones, como si fuera la Virgen María en medio de Barajas, vestido con unas bermudas nude (no todo iba a ser denim) y unos faros celestes por ojos, que miraban a no se quien que hablaba con él.

No sonreía ni una gota y, de repente, le imaginé lleno de los complementos que le ponía a los recortables de mi infancia. Así, le inserté un blazer azul marino, un sombrero borsalino y un foulard de Lafayette. Vágamente pensé en la opción escote asimétrico de lentejuelas, pero hubiese quedado demasiado recargado para ser por la tarde.

De repente, un portero con gorra de plato se cruzó en nuestro campo de visión, en el que estábamos César y yo, y el recortable con los accesorios se me vino abajo.

En ese momento todo volvió a su lugar y sólo pude constatar que los aviones seguían dándole vueltas, a modo de aureola, a sus bermudas nude y que los porteros de los hoteles de postín del mundo seguían llevando gorra de plato.

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