viernes, 16 de octubre de 2009

Sexo, mentiras y trajes de Milano

La verguenza ajena es el minuto de gloria de los plebeyos, ya que no hace falta ser famoso para sentirla, y sí tener todo el derecho a reclamarla.

La verguenza ajena, en su versión biodegradable, se diluye en las neuronas de los que ven la vida pasar como un GH perpetuo, pero cuando tarda en desaparecer, tanto como las bolsas de plástico de Carrefour, el nivel de mierda acumulada en el cerebro va subiendo como las acciones de Telepizza en su momento y la foto que se plasma en los dos dedos de frente que se presuponen en las personas normales produce tanto ruído que la imagen sale borrosa.

La verguenza ajena es intercambiable, ya que la puede sentir C por R y, a su vez, R puede sentirla por C sin ningún tipo de problema, por eso es una cuestión tan universal y moderna.

En estos días, el ruído de las fotos está haciendo que la miopía alcance niveles tan altos que ni siquiera unas lentillas blandas de emergencia darían un poco de nitidez al patio...al patio de colegio en el que nos encontramos.

Los mangantes y los jefes pandilleros de la infancia alcanzan siempre su status global de ladrones, mentirosos y marrulleros cuando llega la mayoría de edad.

2 comentarios:

festina_lente dijo...

Interesante lectura de una realidad palpable ya asimilada por una sociedad lineal y totalmente alienada en la que pocas personas son capaces de detenerse ante el mundo y gritar, como Galileo en su día, que están todos equivocados.

sinfonía agridulce dijo...

Todos (a la derecha, a la izquierda, al centro y por los lados) podemos estar equivocados en algún momento de nuestras vidas.

Lo que estamos viviendo ahora no es una equivocación, sino una broma pesada colectiva..

(que pena, porque el colectivo al que va dirigida la broma es el resto del mundo)